por Katarzyna Dembicz
Los acuerdos tomados por los gobiernos de Raúl Castro y Barack Obama, el 17 de diciembre de 2014, aceleran definitivamente los cambios económicos en la isla y tal vez, se reflejarán en su vida política. Esta transformación, sin embargo, aparte de las herramientas estructurales e institucionales, tendrá que disponer de un apoyo de la sociedad. Además del ánimo y de la esperanza por una mejora en la calidad de vida, debería haber lugar para el diálogo, el perdón y la comprensión. Esta reflexión se basa en la diversidad de reacciones que provocó el anuncio del acercamiento cubano-estadounidense.
Entre los propios cubanos, habitantes de la isla, los comentarios fueron
muy diversos. Junto a actitudes moderadas o negativas, se escuchan en
su gran mayoría frases optimistas, de buena recepción, llenas de alivio,
como las expuestas, el mismo 17 de diciembre, en la revista Convivencia (dirigida
por Dagoberto Valdés) que “saluda el restablecimiento de las relaciones
diplomáticas entre la República de Cuba y los Estados Unidos de
América. Deseamos que este clima de diálogo y negociación también se
establezca entre el Gobierno de la República de Cuba y la sociedad civil
cubana independiente...”. El reconocido cantautor Silvio Rodríguez, por su parte, añadía: “A mis hermanos cubanos a mis abuelos a los que están allá. Dios nos bendiga esto es muy grande”.
Pero, al mismo tiempo, la famosa bloguera Yoani Sánchez
escribía: “Hoy, ha sido una de esas jornadas que imaginamos de mil
maneras, pero nunca como sucedió finalmente. Uno se prepara para una
fecha en que pueda celebrar el fin, abrazar a los amigos que regresan,
batir una banderita en plena calle, pero el día D se tarda. En su lugar,
llegan fragmentados los sucesos, un avance aquí, una pérdida allá. Sin
gritos de “viva Cuba libre”, ni botellas descorchadas. La vida nos
escamotea ese punto de inflexión que guardaríamos para siempre en el
calendario.”
La decepción por la falta de una victoria deslumbrante e inmediata, que
emana de la última cita, tal vez sea efecto del encanto y fascinación
por el mito de la “gran victoria” y la caída del muro de Berlín. Su
profundo arraigo en la mente borra de la memoria, también colectiva, el
gran esfuerzo dialogador, los pequeños pasos, de decenas de políticos de
ambos bandos, conocidos y desconocidos, que durante varios años
mantuvieron conversaciones y consiguieron el desmantelamiento del bloque
socialista en Europa, a finales de los ochenta. Sin duda, para las
masas, el derrumbe del muro de Berlín fue un hecho espectacular,
sorprendente y repentino. En realidad, no hubiera ocurrido sin los
antecedentes de la glasnost y perestroika en la URSS, el diálogo
entre Gorbachov y Reagan, y los acontecimientos en Polonia (acuerdos de
agosto 1980, conversaciones en Magdalenka en septiembre 1988 y enero
1989, acuerdos de la Mesa Redonda en febrero 1989) que reunieron a los
dirigentes del Estado polaco y a la oposición.