Por. Delia Contreras
Profesora
de Relaciones Internacionales en la Universidad CEU San Pablo
(España).
Especializada en “Problemas de Desarrollo en América
Latina” por el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI) del
Ministerio de Asuntos Exteriores de España.
Investigadora en el Instituto Universitario de Investigación Ortega
y Gasset de la Fundación Ortega Marañón
RESUMEN
Con
la llegada de Raúl Castro a la presidencia de la República las
relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado han entrado en una
nueva etapa en la que la jerarquía católica de la Isla ha obtenido
el estatus de interlocutora interna del régimen. Partiendo de este
hecho, el objetivo de nuestro análisis es determinar el papel que
puede desempeñar la Iglesia Católica en el futuro de Cuba, en el
contexto de las tímidas reformas políticas que se están llevando a
cabo y de los cambios más profundos en la esfera socio económica y
religiosa, con la rápida proliferación de nuevos credos que pueden
poner en riesgo el protagonismo otorgado por el gobierno a la Iglesia
Católica en los ámbitos político y social.
PALABRAS
CLAVE: Iglesia
Católica, Régimen Cubano, Relaciones Iglesia-Estado.
INTRODUCCIÓN
La
presencia pública de la Iglesia Católica en la República de Cuba
se incrementó a partir del año 2010 cuando el arzobispo de La
Habana, el cardenal Jaime Ortega, inició conversaciones con el
gobierno de Raúl Castro para la liberación de presos políticos y
se afianzó tras el viaje oficial que el Papa Benedicto XVI realizó
a la Isla, en marzo del 2012. Tanto la mediación de la Iglesia local
como la posterior visita del Papa suscitaron un profundo debate sobre
el papel que puede desempeñar la Iglesia Católica en el futuro de
Cuba y sobre si la jerarquía católica cubana pudiese contribuir, o
no, al tan ansiado cambio de régimen. Muchos analistas coinciden en
señalar que si en el plano económico una de las reformas más
significativa adoptada por el actual gobierno ha sido la ampliación
de la iniciativa privada, en el político, él haber otorgado
legitimidad a la Iglesia Católica para debatir sobre temas de
interés nacional.
Ciertamente,
las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado cubano
atraviesan actualmente uno de los mejores momentos de su historia,
aunque estas dos instituciones siguen manteniendo serias
discrepancias sobre cuáles han de ser los derechos fundamentales del
ser humano y los principios sobre los que debe sustentarse la
sociedad civil. En los últimos años, los obispos de Cuba han
tratado de acercar posiciones con el gobierno de Raúl Castro a
través del diálogo, con el doble propósito de recuperar los
espacios perdidos al triunfo de la revolución y de contribuir a la
adopción de medidas reformistas que puedan facilitar, en el futuro,
un proceso de transición hacia la democracia.
Las
aspiraciones de la jerarquía eclesiástica cubana han contado con
el apoyo de la diplomacia vaticana y de los predecesores del actual
papa Francisco, Juan Pablo II y Benedicto XVI, preocupados por la
pérdida de adeptos en una parte del mundo, América Latina, en la
que se concentran el 45 por ciento de sus fieles1.
El gobierno de La Habana, por su parte, ha aceptado el acercamiento a
la Iglesia Católica tras años de distanciamiento al considerarla
la única institución no comunista que goza de la solidez suficiente
para ostentar el estatus de interlocutor interno del régimen, sin
plantear un desafío a su liderazgo. Otro importante factor a tener
en cuenta es el hecho de que un mayor entendimiento por parte de las
autoridades gubernamentales con el catolicismo isleño lleva
implícito el apoyo del Vaticano, un importante actor de peso
internacional.
En
este contexto, el objetivo de nuestro estudio será profundizar en el
papel desempeñado por la Iglesia Católica en Cuba desde una doble
vertiente analítica: por una parte analizaremos cómo han
evolucionado las relaciones entre el Estado y la Iglesia Católica y,
entre ésta y la sociedad, desde el triunfo de la revolución
castrista, por otra, trataremos de determinar qué puede aportar la
jerarquía católica de la Isla a la Cuba del siglo XXI, ante una
nueva realidad caracterizada por tímidas reformas en lo político,
pero sobre todo, por importantes cambios económicos, sociales y en
el ámbito religioso, con la rápida proliferación de otros credos
que podrían poner en riesgo el papel protagónico otorgado por el
gobierno a la Iglesia Católica en las esferas política y social.
LA
IGLESIA CATÓLICA FRENTE AL ESTADO: EVOLUCIÓN DE SUS RELACIONES
Desde
el triunfo de la revolución castrista en 1959, las relaciones entre
la Iglesia Católica y el Estado en la República de Cuba se han
caracterizado por una gran complejidad, dependiendo de las
circunstancias internas del régimen y de la actitud de la propia
iglesia hacia el gobierno revolucionario2.
Inicialmente,
la Iglesia Católica cubana se posicionó a favor de la revolución.
La restitución de las libertades públicas y de los derechos
fundamentales para todos los ciudadanos, siguiendo criterios de
justicia social, eran argumentos fácilmente aceptables por la
jerarquía católica de la Isla3.
Sirva de ejemplo la pastoral Vida
Nueva
del arzobispo de Santiago de Cuba, Monseñor Pérez Serantes, hecha
pública el 3 de enero de 1959, pocas horas después del triunfo
revolucionario:
…Queremos y
esperamos una república netamente democrática, en la que todos los
|ciudadanos puedan disfrutar a plenitud la riqueza de los derechos
humanos (…) Queremos que a nadie le falte el pan de cada día: que
no falte nunca trabajo, debidamente retribuido, y con él, el
alimento, el vestido, el techo y la educación conveniente y propia
del hombre, en forma tal que lo capacite para su superación y para
que pueda subir los peldaños de la escala social, que no debe ser
privilegio de nadie. (Uría, 2011, p. 264)
Teniendo
en cuenta el escenario socio político en el que se produjo el
triunfo revolucionario, resulta comprensible que, al menos
inicialmente, existiera una clara convergencia de criterios entre la
jerarquía católica cubana y el gobierno de Fidel Castro. Sin
embargo, cuando Fidel entró triunfalmente en La Habana en enero de
1959, todavía estaban en vigor los dogmas del Primer Concilio
Vaticano y la Santa Sede se había posicionado, en el contexto de la
Guerra Fría, con los Estados Unidos y sus aliados occidentales,
contrarios al expansionismo comunista liderado por Moscú. Era pues
inevitable que la deriva comunista que adquirió de forma inequívoca
la revolución cubana a partir de 1961 condujera, inexorablemente, a
una rápida ruptura entre la Iglesia Católica y el nuevo Estado,
surgido de la revolución.
Ya
en agosto de 1960 los obispos de Cuba habían hecho pública una
pastoral en la que, aunque se identificaban con las reformas
sociales que “respetando los legítimos derechos de todos los
ciudadanos, tienden a mejorar la situación social, económica y
educacional de los más necesitados”, insistían en la creencia de
que el catolicismo y el marxismo representaban dos concepciones del
mundo totalmente irreconciliables4:
Condenamos el
comunismo porque es esencialmente una doctrina materialista y atea y
porque los gobiernos que por ella se guían, figuran entre los peores
enemigos que han conocido la Iglesia y la humanidad en toda su
historia. Afirmando engañosamente que profesan el más absoluto
respeto a todas las religiones, van poco a poco destruyendo en cada
país, todas las obras sociales, caritativas, educacionales y
apostólicas de la Iglesia, y desorganizándola por dentro al mandar
a la cárcel, con los más variados pretextos, a los obispos y
sacerdotes más celosos y activos. Condenamos también el comunismo
porque es un sistema que niega brutalmente los derechos más
fundamentales de la persona humana y establece en todos los países,
un régimen dictatorial en que un pequeño grupo se impone por medio
del terror policial a todos los ciudadanos (...) Por todo ello la
Iglesia está hoy y estará siempre a favor de los humildes, pero no
está, ni estará jamás con el comunismo. (Instrucción teológica
pastoral, 1960, p. 16)
Los
obispos cubanos expresaron también su temor ante lo que consideraban
un excesivo acercamiento político e ideológico entre La Habana y
Moscú. Efectivamente, tras las tensiones surgidas entre la
Administración Eisenhower y el gobierno de Fidel Castro en 1959, el
presidente soviético Nikita Kruschev supo aprovechar hábilmente la
coyuntura para propiciar un alineamiento con el nuevo régimen cubano
y atraer a su órbita de influencia a la Isla caribeña, situada a
tan solo 150 kilómetros de la costa de Florida. En el texto de los
obispos puede leerse lo siguiente:
En los
últimos meses el gobierno de Cuba ha establecido estrechas
relaciones comerciales, culturales y diplomáticas con los gobiernos
de los principales países comunistas, y en especial con la Unión
Soviética (….) Nos inquieta profundamente el hecho de que, con
motivo de ello, haya habido periodistas gubernamentales, líderes
sindicales y altas figuras del gobierno que hayan aplaudido
calurosamente los sistemas de vida imperantes en esas naciones, y
hayan sugerido en discursos pronunciados dentro y fuera de Cuba, la
existencia de analogías entre las revoluciones sociales de esos
países y la cubana. (Instrucción teológica pastoral, 1960, p. 17)
La
pastoral fue rechazada por Fidel Castro que la calificó de
“injerencia contrarrevolucionaria” y con estas discrepancias se
iniciaba una escalada de tensiones que culminó con la expulsión, en
septiembre de 1961, de 142 sacerdotes católicos de la Isla. En poco
tiempo el clero cubano sufrió una drástica reducción, ya que el
miedo a las represalias bajo el recuerdo de lo acontecido durante la
Guerra Civil española, también provocó un éxodo masivo de
religiosos a diversas partes del mundo. Por otra parte, en virtud de
la nueva ley sobre la educación, todos los colegios privados pasaron
a ser propiedad del Estado, lo que afectó fundamentalmente a los
centros de enseñanza católicos, al ser éstos los más numerosos.
De esta forma la Iglesia vería diezmado el patrimonio en la Isla al
sufrir la confiscación de sus bienes y quedar desvinculada de la
enseñanza, al tiempo que se resignaba a perder, bajo prohibición
gubernamental, algunas de sus principales tradiciones, como la
celebración de la Semana Santa y la Navidad. Nos encontramos por lo
tanto ante un catolicismo debilitado, con un clero reducido,
desvinculado de la educación y desprovisto de su patrimonio y de sus
tradiciones.
Con
el trasfondo de las discrepancias entre la Iglesia y el Estado en
Cuba, en 1962, bajo el pontificado
de
Juan XXIII, se iniciaban los trabajos del Concilio Vaticano II.
Contrariamente a lo que parecía vislumbrarse, en el documento Gadiun
et Spes en
el que la Iglesia trataba de definir sus relaciones con el mundo, se
eludía cualquier forma de condena al comunismo y se aceptaba además
el diálogo interreligioso y entre comunismo y marxismo. Una nueva
perspectiva parecía abrirse para Cuba, país cuyo máximo dirigente
había declarado ser marxista leninista y en el que cohabitaban
distintas religiones debido a las grandes transformaciones sociales
producidas en la Isla a lo largo de su historia, sin embargo, el
gobierno de La Habana lejos de acercar posiciones con la jerarquía
católica siguió profundizando en la brecha existente entre las dos
instituciones.
En
consonancia con el distanciamiento entre la Iglesia y el gobierno
cubano en el ordenamiento jurídico del nuevo régimen, se adoptaron
numerosas medidas que perjudicaban a los creyentes, así miles de
ciudadanos se vieron obligados a ocultar su fe para no ser víctimas
de las represalias gubernamentales. Se inició entonces el período
denominado por Philippe Letrilliart “la época del silencio”
(Letrilliart, 1998, p.14), caracterizada por una iglesia debilitada
que aunque se esforzaba por mantener su influencia en la sociedad,
carecía de los medios adecuados para lograrlo.
Durante
este período se produjeron tres momentos claves en los que se
adoptaron normas perjudiciales para las distintas religiones que
cohabitan en la Isla, pero fundamentalmente para la católica, por
su clara oposición al régimen. El Primero momento en 1965, al
quedar constituido oficialmente el Partido Comunista de Cuba cuyos
estatutos establecían que el acceso a sus filas solo podría
realizarse sobre la base del respeto: “a los principios del
antiimperialismo y del patriotismo, y a la fidelidad al socialismo y
al comunismo, como vía de alcanzar la igualdad plena de la
sociedad”. (Primer Congreso PCC, 1965).
Los
gobernantes cubanos manifestaron estar convencidos de que todo ello
era incompatible con los principios y valores que propugnaba el
catolicismo y no dudaron en hacer públicas muestras evidentes de
un ateísmo militante
(Fernández Santelices, 1984).
El
segundo momento, una década después, el primer congreso oficial del
Partido Comunista Cubano estableció en su programa, bajo el título
“Resoluciones sobre la política, en relación con la religión, la
Iglesia y los creyentes” (Plataforma Pragmática del Partido
Comunista de Cuba, 1976, p 99), que, aunque efectivamente la religión
podía interpretarse como una forma de conciencia social, se
caracterizaba “por aportar a los creyentes una visión totalmente
errónea y tergiversada de la realidad” (Ibíd.).
Tras
la convocatoria del primer congreso del Partido Comunista se promulgó
la Constitución cubana de 1976, cuyo texto iba precedido de un
amplio preámbulo en el cual se rendía homenaje a José Martí y a
Karl Marx, se resaltaba la importancia del internacionalismo
proletario, especialmente, “la amistad fraternal, la ayuda y la
cooperación de la Unión Soviética y otros países socialistas”
(…) “la solidaridad de los trabajadores y los pueblos de América
Latina y el mundo” (Constitución de la República de Cuba, 1976).
El artículo 54, establecía la libertad de culto, estipulaba que el
gobierno regularía todas las actividades de las instituciones
religiosas y enfatizaba, además, la ilegalidad de “oponer la fe o
la creencia religiosa a la revolución, a la educación o al
cumplimiento de los deberes de trabajar, defender la patria con
armas, reverenciar símbolos o los demás deberes establecidos por la
Constitución”. (Ibíd.)
En materia educativa, el artículo 38, señalaba que el Estado
fundamentaba su política educacional y cultural en la concepción
científica del mundo, establecida y desarrollada por el marxismo
leninismo y en promover la formación comunista de las nuevas
generaciones. (Ibíd.) Por su parte el artículo 39, insistía en la
misma línea al manifestar que la educación de la niñez y la
juventud en el espíritu comunista era deber de toda la sociedad
(Ibíd.). En definitiva el texto constitucional reafirmaba el
carácter ateo del Estado.
Obviamente,
los postulados recogidos en la nueva Constitución no contribuyeron a
acercar posiciones entre los obispos cubanos y el gobierno, pero
sorprendentemente, y el tercer momento clave, al año siguiente de
promulgarse la nueva Carta Magna y a pesar de sus preceptos en
materia religiosa, Fidel Castro afirmó durante una Conferencia
celebrada en Jamaica
ante
líderes de distintas religiones de todo el mundo:
Ha llegado el
momento de trabajar juntos para que cuando triunfe la idea política,
no se quede atrás la idea religiosa y no se convierta en el enemigo
del cambio (…) tenemos que celebrar una alianza entre la religión
y el socialismo, entre la religión y la revolución. (Gómez Treto,
1988, p. 6)
Dos
años más tarde se produjo el triunfo de la Revolución Sandinista
en Nicaragua. Una de las consignas del Frente Sandinista de
Liberación Nacional para su victoria había sido: “entre fe y
revolución, no hay contradicción” (Vaisse, 1993, pp. 55-69). El
clero cubano y los gobernantes de La Habana pudieron contemplar
entonces una realidad política en la cual Iglesia y revolución
podían coexistir pacíficamente, sin enfrentamientos5.
En
1986 la Iglesia Católica dio el primer paso hacia el entendimiento
con el gobierno, al convocar el denominado Encuentro Nacional
Eclesial Cubano (ENEC), con el objetivo de elaborar las nuevas líneas
pastorales a seguir. El Encuentro marcó un punto de inflexión que
puso de manifiesto la capacidad de reconciliación de la Iglesia
Católica, en el contexto de un sistema político que le negaba sus
derechos. Fruto de esta reunión los obispos cubanos hicieron público
un documento final, en el cual reconocían los esfuerzos realizados
por el gobierno para proporcionar a todos los ciudadanos derechos
esenciales como el derecho a la educación y a la asistencia
sanitaria; pero al tiempo que valoraban los considerados por el
régimen “principales triunfos” de la revolución, también
ponían especial énfasis en “las restricciones a la libertad
religiosa y a otras libertades públicas” (ENEC, 2005, p. 7). Estas
afirmaciones no impidieron que en los círculos oficiales se tuviera
la percepción, de que “existía en la Iglesia una actitud de
entendimiento hacia el proyecto socialista impulsado por el Estado”
(Ramírez Calzadilla, 2000, p. 82). El Encuentro Eclesial sirvió,
por una parte, para incrementar la presencia de la Iglesia en la
sociedad y, por otra, para modificar las relaciones con el Estado e
iniciar un proceso de acercamiento paulatino entre las dos
instituciones.
En
el año 1991, el fin de la Guerra Fría marcó otro importante punto
de inflexión en las relaciones entre la Iglesia y el Estado en
Cuba, ya que a partir de ese momento el gobierno de La Habana decidió
acometer una serie de reformas constitucionales para mejorar sus
relaciones con la Iglesia Católica, tratando de evitar así
situaciones análogas a las producidas en Europa del Este, que
pusieran en riesgo su liderazgo. En el V Congreso del Partido
Comunista Cubano celebrado en 1991, se eliminaron de sus estatutos
todas aquellas restricciones que impedían a los creyentes ingresar
en el partido. Poco tiempo después, la Asamblea Nacional del Poder
Popular se vio obligada a ratificar una serie de reformas
constitucionales propuestas por Fidel Castro tras el desmembramiento
de la Unión Soviética, considerada hasta ese momento en el
ordenamiento jurídico cubano el baluarte del comunismo a escala
mundial.
En
las modificaciones constitucionales aprobadas por la Asamblea
Nacional del Poder Popular en 1992, se establecía la libertad
religiosa en Cuba y la separación entre la Iglesia y el Estado: “El
Estado reconoce, respeta y garantiza la libertad religiosa. En la
República de Cuba, las instituciones religiosas están separadas del
Estado. Las distintas creencias y religiones gozan de igual
consideración". (Artículo 8). En esta línea se estipulaba
también que: “la discriminación por razón de raza, color de
piel, sexo, origen nacional y creencias religiosas está proscrita y
será sancionada por la ley” (Artículo 42). Finalmente, se
señalaba que todos los ciudadanos, sin discriminación de ningún
tipo, incluida la discriminación por motivos religiosos, podrían
tener acceso:
… según
méritos y capacidades, a todos los cargos y empleos del Estado, de
la Administración Pública, de la producción y la prestación de
servicios. Pueden ascender también a todas las jerarquías de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias y de la seguridad y orden interior,
según méritos y capacidades y percibir salario igual por trabajo
igual. (Artículo 43) 6.
En
resumen, el Gobierno de Fidel Castro reconocía la separación entre
la Iglesia y el Estado, e introducía en el ordenamiento jurídico
cubano la libertad religiosa y, por lo tanto, la no discriminación
por motivos religiosos.
Este
clima de mayor apertura en el ámbito religioso facilitó la visita
del Papa Juan Pablo II a Cuba en 1998. En las homilías pronunciadas
durante los cinco días que permaneció en la Isla, el Sumo Pontífice
además de referirse a cuestiones religiosas, como la necesidad de
abolir el aborto por ser Cuba el único país de América Latina en
el cual estaba legalizado o la necesidad de permitir la implantación
de colegios católicos, también mencionó algunos temas sensibles ya
que abogó por la libertad de prensa, de expresión y por la
liberación de todos los presos políticos, algo que hasta ese
momento no había hecho públicamente ningún mandatario al visitar
Cuba. También, Juan Pablo II
pronunció
su famosa frase “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a
Cuba” y solicitó al gobierno durante la misa celebrada en la Plaza
de la Revolución de La Habana “la adopción de una legislación
adecuada que permitiera a cada persona y a cada confesión religiosa
expresar libremente su fe, en todos los ámbitos de la vida pública”.
(Juan Pablo II, 1998, p.2).
La
visita del papa Juan Pablo II puso a prueba la capacidad de diálogo
entre la Iglesia y el Estado a través de los dos organismos
encargados de preparar el evento, la Oficina de Asuntos Religiosos
del Comité Central del Partido Comunista y la Conferencia de Obispos
Católicos de Cuba. Los contactos entre ambas instituciones sirvieron
para sentar las bases de un importante precedente de entendimiento y
consenso, y las concesiones sobre asuntos religiosos conseguidas por
Karol Wojtyla en 1998, facilitaron el camino para el actual diálogo
entre la jerarquía católica y el gobierno, si bien es cierto que en
los años transcurridos desde entonces la Iglesia Católica cubana ha
vivido momentos de protagonismo junto a otros de pérdida de
influencia según las circunstancias internas del régimen.
Con
la llegada de Raúl Castro a la presidencia de la República, la
Iglesia Católica ha obtenido el estatus de interlocutora interna
del régimen y el diálogo Iglesia Estado ha trascendido los temas de
índole religiosa permitiendo a miembros de ambas instituciones
debatir sobre temas de interés nacional7.
LA
IGLESIA CATÓLICA ANTE LA SOCIEDAD
En
primer lugar, conviene hacer una matización entre los términos
“sociedad” y “sociedad civil” ya que a veces suelen
utilizarse como sinónimos incurriendo con frecuencia en errores
conceptuales. El término sociedad puede aplicarse al conjunto de
individuos que componen un Estado y desde esta óptica pueden ser
clasificados teniendo en cuenta variables objetivas (edad, sexo,
condición social, profesión, etc.), mientras el término “sociedad
civil” es más complejo desde el punto de vista conceptual y sus
definiciones, cargadas a veces de matices ideológicos, pueden llevar
a confusión. Las relaciones de la Iglesia Católica respecto a la
sociedad y a la sociedad civil son de diferente naturaleza como
veremos. Una definición acertada de sociedad civil es la que nos
ofrecen Oxhorn y Dilla que la describen como:
El tejido
social formado por una multiplicidad de unidades heterogéneas en sus
composiciones sociales y metas, que coexisten en escenarios de
conflictos, negociaciones y acuerdos, y resisten colectivamente la
subordinación al Estado, al mismo tiempo que demandan su inclusión
en las estructuras políticas existentes. La sociedad civil es vista
así como una interacción de grupos que conforman nuevas
relaciones de poder o afectan a las existentes, sea consolidándolas
o erosionándolas” (1999, pp. 129-148).
Lo
fundamental, por lo tanto, es que la sociedad civil preserve su
independencia frente al Estado rechazando la subordinación a éste,
aunque entre ambos actores, tal y como señala Evans, “pueden
existir relaciones fluidas y de mutuo reforzamiento en función de la
existencia de espacios democráticos” (1997, p.55). Para Oxhorn se
trata además:
…de un
proceso continúo entre diferentes segmentos sociales que se
organizan e interactúan unos con otros y con el Estado. Ello
permite a los diferentes grupos y particularmente a aquellos en
desventaja social y política obtener capacidad para influir en los
resultados políticos y contribuir a la emergencia de un modelo
alternativo.
(1997, pp. 167-233).
Para
este autor la fortaleza de la sociedad civil depende no solo de su
diferenciación respecto al Estado, sino también del grado de la
distribución del poder económico, político, ideológico y
coercitivo que exista en la sociedad. Cuanto más plural sea un
Estado, mayores serán las posibilidades de desarrollo de una
verdadera sociedad civil.
Partiendo
de estas premisas y circunscribiéndonos al caso cubano podemos
afirmar que por las características totalitarias del régimen, en
los más de 50 años transcurridos desde el triunfo de la revolución
castrista los ciudadanos han carecido de los espacios necesarios para
el desarrollo de una auténtica sociedad civil. De hecho con la
llegada de Fidel Castro al poder, a pesar de sus promesas realizadas
desde Sierra Maestra en el sentido de instauración democrática en
el caso de derrocamiento del dictador Batista, la mayor parte de las
organizaciones sociales existentes en aquel momento fueron proclamas
ilegales por el nuevo régimen, bien por sus vínculos con la
dictadura de Fulgencio Batista o bien por sus actitudes
“contrarrevolucionarias”. Por el contrario, se privilegiaron y se
crearon multitud de organizaciones sociales que contribuyeron a
reforzar los objetivos revolucionarios.
En
la actualidad existen en la Isla más de 2000 organizaciones sociales
que deben ser inscritas legalmente en el Ministerio de Justicia,
previa aprobación de dos organismos estatales. Destacan entre las
mismas las denominadas Organizaciones Sociales de Masas (OSM) que han
actuado durante muchos años como meras correas de transmisión entre
el Estado y sus asociados. Forman parte de este grupo la Federación
de Mujeres Cubanas (FMC), la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) o
los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), que realizan las
funciones de policía política del régimen. También se incluyen
entre las organizaciones de masas las asociaciones estudiantiles y
las profesionales (de periodistas, de escritores, de economistas
etc.), que han adquirido en los últimos años un mayor grado de
autonomía respecto al Estado, sobre todo aquellas relacionadas
directamente con la intelectualidad y ciertos círculos académicos.
Por
otra parte y al margen de las OSM, encontramos las asociaciones
fraternales en las que se inscriben las Logias masónicas, las
culturales y deportivas y las Organizaciones No Gubernamentales de
Desarrollo, que han mostrado con frecuencia su rechazo hacia el
excesivo tutelaje del Estado sobre su funcionamiento y objetivos. Las
cooperativas de agricultores que cultivan la tierra en régimen de
usufructo tras la entrada en vigor de La Ley de Trabajo Individual en
1994, también forman parte de este entramado de organizaciones
sociales del régimen y podrían constituir un verdadero germen de
sociedad civil si disfrutaran de un grado de independencia que les
permitiera desarrollar su trabajo sin tener que limitar su actuación
a las directrices del gobierno y del partido8.
Algunas
de las asociaciones mencionadas proliferaron en la Isla en la década
de los años noventa del pasado siglo, cuando el gobierno cubano para
sacar al país de la crisis que lo atenazaba tras el desmembramiento
de la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas y los procesos
democratizadores de Europa del Este decidió, realizar una serie de
reformas económicas, que provocaron la irrupción de nuevos actores
en la sociedad. Algunos académicos de Cuba comenzaron a utilizar sin
ambages el término “sociedad civil”, mientras el gobierno se
refería a la “sociedad civil socialista” para dejar claro que no
iban a permitir discordancias que pusieran en riesgo su liderazgo,
conscientes de que los inicios de muchos procesos democratizadores
partieron de proclamas reivindicativas de movimientos sociales. Desde
este punto de vista podemos afirmar que frente a la sociedad civil
oficial y al margen de las organizaciones religiosas que por su
misión evangélica rechazan ser consideradas parte de la misma, “la
disidencia constituye el único fundamento de una posible sociedad
civil en Cuba” (Letrelliart, 2005, p. 2).
Teniendo
en cuenta el panorama descrito, ¿qué lugar ocupa la iglesia
Católica en medio de este entramado social? ¿Cuál es su papel
frente a la sociedad y a las organizaciones oficiales y disidentes?
En
cuanto a la sociedad en general, dejando al margen los movimientos
sociales de distinta índole, opositores o pro gubernamentales, que
operan en Cuba, el papel de la Iglesia Católica no ha cambiado en
lo esencial, aunque su misión, lógicamente, se ha visto
condicionada en gran medida por las relaciones cíclicas con el
régimen y las facilidades o dificultades otorgadas por éste, en
función de la naturaleza de las mismas.
Como
manifiesta González Maderos, cuando triunfó la revolución en
1959, “la Iglesia Católica contaba ya con varios espacios de
inserción social, que le permitían incidir y ser tomada en cuenta
en el espacio público” (2004, p.7). El principal nexo de unión
entre la jerarquía católica de la Isla y los revolucionarios que
derrocaron a Batista en los inicios del nuevo régimen fue el papel
que unos y otros otorgaban a la sociedad, al coincidir en el anhelo
de devolver al pueblo las libertades perdidas durante el período
dictatorial. Sin embargo, la ruptura entre la Iglesia y el Estado
producida en 1960 privó a la Iglesia de los espacios públicos de
los que gozaba tras siglos de arraigo en el país. Los estatutos del
Partido Comunista Cubano constituido oficialmente en 1965 abrieron
una gran brecha entre la Iglesia Católica y la sociedad, ya que al
establecer como obligación de los militantes “luchar contra el
oscurantismo religioso”, muchos católicos se vieron obligados a
ocultar su fe para no ser víctimas de las represalias
gubernamentales. El fin del ateísmo oficial del Estado acaecido en
1992 tras la reforma constitucional que estableció la libertad
religiosa en Cuba, permitió a la Iglesia abrir nuevos cauces en sus
relaciones con la sociedad. Desde entonces, la jerarquía católica
ha tratado de acompañar al pueblo cubano en los momentos difíciles
a los que se ha enfrentado el país tras el colapso del bloque
soviético.
Podemos
afirmar, por lo tanto, que mientras las relaciones entre la Iglesia
Católica y el Estado han atravesado momentos de enfrentamiento y
ruptura desde el triunfo de la revolución en 1959, no ha ocurrido
lo mismo con las relaciones entre la Iglesia y la sociedad, aunque
éstas han estado supeditadas a los cambios sufridos por el propio
régimen, el pueblo cubano por lo general valora positivamente la
labor desempeñada por el clero católico, especialmente en
circunstancias adversas como las vividas durante la crisis económica
que sacudió al país en la década de los noventa del siglo pasado o
durante la ola represiva del 2003, la denominada “primavera
negra", que se saldó con la detención de 75 disidentes,
algunos de los cuales fueron condenados apenas de hasta 28 años de
prisión. En ambas ocasiones, los obispos cubanos alzaron su voz para
mostrar su proximidad a la ciudadanía.
En
cuanto a la crisis de los años noventa, durante esa década la
falta de alimentos, de repuestos para el transporte, de materias
primas y de otros productos procedentes del bloque comunista se
convirtió en la mayor preocupación de los cubanos. El transporte
público se colapsaba con frecuencia por falta de repuestos y
combustible y la población tenía que soportar cortes continuos en
el suministro eléctrico. El gobierno, por su parte, trataba de
paliar la falta de alimentos mediante la distribución de cartillas
de racionamiento, que otorgaban escasos productos y de mala calidad.
En el período comprendido entre 1989 y 1993, Cuba sufrió una caída
de su producto interior bruto del 35 por ciento.
Como
consecuencia de la situación anteriormente descrita, durante este
período la jerarquía eclesiástica de la Isla además de aportar a
la sociedad la asistencia pastoral propia de su ministerio incrementó
su apoyo material. En los años noventa comenzaron a llegar a Cuba
religiosos procedentes de América Latina y España para servir a la
Iglesia. Realizaban tareas humanitarias, como la distribución de
alimentos y medicinas en las zonas rurales más deprimidas. La labor
asistencial de la Iglesia se artículo a través de la organización
católica Caritas Cuba creada con el beneplácito del gobierno en el
año 1991. Llegó a contar con unos 14.000 voluntarios repartidos por
toda la Isla que aportaron asistencia a unas 30.000 personas. Se
nutría fundamentalmente de fondos procedentes de la Unión Europea y
la ayuda proporcionada consistió en la distribución de medicinas,
alimentos y artículos de primera necesidad.
En
el contexto de la situación descrita de penuria económica
generalizada y desesperanza, los obispos de Cuba quisieron hacer oír
su voz mediante la publicación de la pastoral “El amor todo lo
espera” en el año 1993, en la que instaban al gobierno a seguir
nuevos caminos para solucionar los problemas que atenazaban a la
población y abogaban por un “diálogo interno”, para afrontar la
crisis. Como en el documento final del Encuentro Nacional Eclesial
Cubano de 1986, los obispos volvían a destacar los esfuerzos del
gobierno “para promover la salud, la instrucción y la seguridad
social” (Instrucción teológica pastoral, 1993, p.1). En el texto,
la jerarquía eclesiástica analizaba las principales dificultades
que a su juicio eran fuente de sufrimiento para la sociedad, como la
crisis económica, la concepción ideológica excluyente o el
deterioro cívico y moral y trataba de aportar soluciones a estos
problemas (Pestaño Fernández, 2009)
Si
bien la pastoral tuvo buena acogida por parte de la población que
mostró interés por conocer la opinión de los obispos sobre la
situación que atravesaba el país, la prensa oficial criticó
fuertemente la posición de la Iglesia, al interpretarla como un
alineamiento con la política estadounidense en un momento en el que
la Administración Clinton acababa de endurecer el embargo comercial
a Cuba mediante la adopción de la Ley Torricelli9.
En cuanto a las autoridades del régimen consideraron la publicación
de la pastoral como un acto de “alta traición” por la referencia
en el documento a la necesidad de establecer un “diálogo interno”
para sacar al país de la crisis que lo atenazaba. Por aquellos días,
los analistas de política internacional se referían con frecuencia
al “efecto dominó”, como a un fenómeno inevitable que acabaría
derrocando a los regímenes comunistas de todo el mundo y Fidel
Castro interpretó que lo que pretendían los obispos cubanos con su
propuesta era constituir una mesa de diálogo, en la que pudieran
sentarse diferentes grupos sociales y políticos, con el fin de
establecer una especie de gobierno de transición. Paradójicamente,
un año después de la publicación de la pastoral, Fidel Castro
comprendió la necesidad de acometer una serie de reformas económicas
para tratar de paliar la dura crisis que atravesaba el país y los
obispos cubanos pudieron observar, no sin cierta perplejidad, como
algunas de sus propuestas fuertemente criticadas por el régimen se
ponían en práctica.
Diez
años más tarde, la ola represiva del 2003 llevó a los obispos
cubanos a publicar una nueva pastoral “La presencia social de la
Iglesia”, que sigue constituyendo hoy día la hoja de ruta que
aplica la Iglesia Católica en sus relaciones con el gobierno. En
ella la jerarquía eclesiástica trata de definir qué puede aportar
la Iglesia a la sociedad y como han de desarrollarse sus relaciones
con el Estado. En cuanto a su papel en la sociedad se alzan en
conciencia ciudadana al reivindicar el respeto de los “derechos
humanos más elementales”, como el derecho a la vida, a la libertad
de expresión y a la participación social y política, pero al
tiempo que denuncian implícitamente la vulneración de los derechos
humanos por parte de las autoridades gubernamentales, expresan su
deseo de reconciliación y la necesidad de establecer un diálogo con
el Estado (Instrucción teológica pastoral, 2003, p.3). Los obispos
expresan también su percepción de que en Cuba subsiste una lucha
sutil contra la Iglesia, tratándola “como una entidad que puede
sustraer fuerzas o energía a la revolución”. En este contexto
hacen un llamamiento a la Oficina para la Atención a los Asuntos
Religiosos, adscrita al Comité Central del Partido Comunista, para
que posibilite, mediante el diálogo “la revisión y solución de
asuntos de interés común” (Instrucción teológico pastoral 2003,
p.8). Este deseo de la jerarquía católica se materializó en el año
2010, al iniciar conversaciones con Raúl Castro para la liberación
de presos políticos.
En
cuanto a las relaciones de la Iglesia Católica con la “sociedad
civil”, los obispos de Cuba tratan de situarse al margen de ella
porque consideran que su misión evangelizadora les obliga a ser
neutrales en este ámbito, aunque admiten que no pueden permanecer
indiferentes “a los problemas del pueblo cubano, a sus
dificultades, carencias y angustias, ni ante la falta de libertad del
hombre” (Instrucción teológico pastoral, 2003, p.5). En este
sentido, una parte de la disidencia rechaza la neutralidad propugnada
por la jerarquía eclesial y la acusa de dejarse “domesticar” por
el gobierno y de no utilizar su capacidad de influencia para
propiciar un cambio de régimen.
Para
Orlando Márquez, director de la revista Palabra
Nueva
de la Archidiócesis de La Habana, “no se puede ver a la Iglesia
Católica como a un partido de oposición, ni como a una institución
encargada de llenar el vacío de sociedad civil independiente que
existe en Cuba” (Létrelliart, 2005, p. 11). Por otra parte, en la
pastoral “La presencia social de la Iglesia” los obispos de Cuba
manifiestan que la Iglesia no puede formar parte de la sociedad civil
ya que “al ser de origen divino, no es equiparable a ningún otro
elemento de la sociedad”. Si admiten, sin embargo, que partiendo
de su naturaleza divina, la Iglesia “puede ayudar a mejorarla”
(Instrucción teológica pastoral 2003, p.7)
y
de hecho la jerarquía católica de la Isla ha contribuido a ello en
los últimos años, ya que no solo ha aportado a la población la
asistencia pastoral propia de su ministerio y apoyo material en los
momentos de crisis, sino también un importante apoyo formativo que
ha contribuido a fomentar la conciencia ciudadana entre los cubanos.
Uno
de los primeros centros que trató de contribuir a la preparación
del post castrismo fue el Centro Cívico Religioso de Pinar del Río,
dirigido en sus orígenes por Dagoberto Valdés. Su revista Vitral,
con una tirada de 5000 ejemplares, contribuyó a fortalecer la
conciencia ciudadana mediante la publicación en sus páginas de
temas de interés político. En el centro se impartían además
cursos de información jurídica y seminarios sobre temas diversos
como Derechos Humanos, Economía y Sociedad. También fue importante
la labor desempeñada por el Centro Bartolomé de las Casas de La
Habana, en el cual se celebraron numerosos debates, con títulos como
“Cuba y la Mundialización” o “Ateísmo y religión”, en
algunos incluso participaron intelectuales próximos al régimen.
Aparte de los centros mencionados, numerosas organizaciones laicas
comenzaron a impartir, en la década de los noventa, cursos y
talleres sobre informática, idiomas, Ciencias Políticas,
Periodismo, Economía y Derechos Humanos entre otros (Letrelliart,
2007, p.8)
Podemos
afirmar, por lo tanto, que la labor que desempeña la Iglesia
Católica ha contribuido al fomento de la sociedad civil al poseer,
además de templos, importantes redes asociativas que abarcan todo el
país, destacando entre ellas los centros de asistencia social y los
de formación cívico religiosa. Por otra parte, sus publicaciones
impresas y electrónicas llegan, según fuentes de la propia iglesia,
a medio millón de cubanos. Y, todo ello, dentro de una estructura
organizativa muy sólida que se articula a través de la Conferencia
de Obispos Católicos de Cuba (COCC).
EL
PAPEL DE LA IGLESIA CATÓLICA EN EL FUTURO DE CUBA
Con
la llegada de Raúl Castro a la presidencia de la República, de
forma interina en 2006, y oficialmente en 2008 al renunciar Fidel a
todos sus cargos oficiales, las relaciones entre la Iglesia y el
Estado entraron en una nueva fase en la que el diálogo entre las dos
instituciones ha trascendido los temas de índole religiosa y ha
implicado el reconocimiento oficial de la jerarquía católica como
legítima interlocutora del régimen. Desde entonces, la Iglesia
Católica debe mantener un difícil equilibrio entre aquellos que la
acusan de conveniencia con el gobierno y la prudencia a la que está
obligada si quiere mantener el diálogo institucional.
Ya
en el año 2006 al iniciar Raúl Castro su presidencia interina, la
Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC), hizo pública una
declaración en la que pedían a los fieles su oración por Fidel
Castro, que se encontraba convaleciente tras haber sido sometido a
una intervención quirúrgica y rogaban a Dios que “ante los
momentos difíciles que vive nuestra patria, nada pueda perturbar el
bien superior de la paz” (Comisión permanente de la COCC, 2006,
p.1). Poco antes, la jerarquía católica había presentado su plan
pastoral 2006-2010 bajo el lema “Construimos juntos el futuro”,
con el objetivo de: “colaborar en la transformación de nuestra
sociedad y posibilitar la esperanza” (Plan Pastoral, 2006-2010,
p.1)
Tras
su toma de posesión en junio del 2006, con el fin de aclarar las
expectativas sobre una posible deriva reformista, el nuevo presidente
quiso dejar claro que no se realizarían cambios sustanciales en la
configuración política del régimen, sin embargo, en 2007 pidió a
los dirigentes de las empresas estatales, funcionarios y secretarios
provinciales del Partido Comunista, que le enviaran críticas sobre
los aspectos negativos del mismo. Poco tiempo después, Raúl Castro
invitó a todos los ciudadanos cubanos a enviarle sus opiniones. Los
obispos de Cuba en su mensaje de Navidad, no dudaron en valorar
positivamente que “las más altas autoridades del país hayan
invitado a trabajadores, estudiantes y pueblo en general a debatir
los problemas más urgentes de toda índole que afectan a nuestro
pueblo” y enfatizaban que “la Iglesia Católica, como parte del
pueblo ofrece su oración y su contribución, para que se encuentren
soluciones reales y eficaces que favorezcan caminos de esperanza”
(Declaración de los obispos de Cuba, 2007, p.1).
Algo
parecía estar cambiando en Cuba, pues catorce años antes la
petición de “diálogo interno” por parte de los obispos cubanos
en su pastoral, “El amor todo lo espera”, había provocado
suspicacias en las altas instancias del régimen, con el consiguiente
enfriamiento en las relaciones entre la Iglesia Católica y el
Estado.
Cuando
había transcurrido poco tiempo desde la declaración de la jerarquía
católica algunos grupos disidentes comenzaron a cuestionar la
independencia de la Iglesia frente al Estado, al ser relevados de sus
archidiócesis dos de los obispos más críticos con las políticas
gubernamentales: Pedro Maurice de Santiago de Cuba y Jorge Siro de
Pinar del Río, donde se edita la revista Vitral
que
inicialmente se destacó por su línea contestataria. Su sucesor en
la diócesis, Jorge Serpa, entró en clara confrontación con el
director de la revista,
Dagoberto
Valdés, que se vio obligado a dimitir de su cargo por las
discrepancias con el nuevo prelado. La publicación desapareció
durante algún tiempo y cuando volvió a editarse lo hizo con una
línea menos crítica, lo que fue considerado desde algunos sectores
de la disidencia como una concesión de la Iglesia al gobierno que
puso, además, en entredicho, los esfuerzos del régimen por ofrecer
una imagen de mayor pluralismo. El argumento oficial para la sucesión
de los dos obispos fue que habían cumplido los 75 años, edad de
jubilación establecida por el Derecho Canónico, aunque esta norma
se incumple con frecuencia10
El
19 de febrero del 2008, Fidel Castro anunció mediante un mensaje
publicado en el diario Granma que renunciaba definitivamente a sus
cargos oficiales (Castro, 2008, p.1). El día 24, la Asamblea
Nacional del Poder Popular nombraba a Raúl Castro presidente del
Consejo de Estado y por lo tanto nuevo presidente de la República.
El secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone,
que teóricamente se encontraba en la Isla invitado por las
autoridades para conmemorar el décimo aniversario del viaje de Juan
Pablo II, fue el primer representante extranjero que se reunió con
Raúl Castro y con el canciller Pérez Roque, quien manifestó al
término de la reunión que existía una gran coincidencia de
criterios entre la Santa Sede y el gobierno cubano en los principales
asuntos de la política internacional. En esta línea Bertone se
declaró contrario al embargo estadounidense y declinó reunirse con
familiares de los presos políticos, en consonancia con lo exigido
por el gobierno de La Habana a todos los mandatarios extranjeros que
visitan la Isla.
Esta
actitud fue reprobada por el Movimiento Cristiano de Liberación
(MCL) que acusó al cardenal “de excesiva complacencia con el
gobierno”.Una parte de la disidencia, como el Partido Solidaridad
Democrática (PSD) y la Corriente Socialista Democrática Cubana
(CSDC), abogó también por que la Iglesia Católica se mostrara
mucho más crítica hacia el régimen cuando parecían existir
posibilidades reales de cambio. Para algunos sectores del
catolicismo cubano, el Vaticano había condescendido con el gobierno
de Raúl Castro a la espera de gestos positivos como la ampliación
de la pastoral penitenciaria, y el acceso a la enseñanza y a los
medios de comunicación. Al día siguiente del traspaso definitivo de
poderes de Fidel a su hermano Raúl, la Conferencia de Obispos de
Cuba emitía la siguiente declaración, recogida en el diario Granma:
En
estos momentos nuestra oración se eleva para que la Asamblea
Nacional del Poder Popular renovada, el Consejo de Estado y el nuevo
presidente, reciban la luz de lo Alto para llevar adelante con
decisión esas medidas trascendentales que sabemos deben ser
progresivas, pero que pueden comenzar a satisfacer desde ahora las
ansias e inquietudes expresadas por los cubanos. (Declaración de
los obispos de Cuba, 2008, p.2)
De
esta forma, la cúpula católica expresaba su apoyo al nuevo gobierno
y manifestaba su anhelo de cambios graduales en el sistema castrista.
En los cinco años transcurridos desde entonces, el ejecutivo cubano
ha aplicado importantes reformas económicas y ha creado una relación
menos centralizada entre el Estado y la sociedad. En febrero de 2013,
el presidente Raúl Castro inició su segundo mandato presidencial y
como balance del primero las autoridades gubernamentales han adoptado
importantes medidas progresivas de índole económica y social que
están comenzando a cambiar el escenario del país y que han sido
aplaudidas por la Iglesia Católica, que en los últimos años se
había mostrado partidaria de una mayor apertura por parte del
régimen.
Las
transformaciones en el ámbito político han sido muy limitadas. En
abril de 2011 durante el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba el
presidente Raúl Castro en un gesto inusual reconoció “la labor
humanitaria de la Iglesia Católica y su aporte a los valores
espirituales de la Nación” y anunció la limitación de los
mandatos políticos y estatales a un máximo de dos períodos
consecutivos de cinco años. Este cambio no pareció suficiente para
algunos miembros de la jerarquía eclesiástica y poco más tarde
coincidiendo con la confirmación oficial por parte del Vaticano del
viaje oficial de Benedicto XVI a Cuba, el portavoz de la
Archidiócesis de La Habana, Orlando Márquez, solicitó al gobierno
a través de un artículo publicado en Palabra
Nueva, que
acelerara el ritmo de las reformas. Márquez no solo instó a las
autoridades gubernamentales a emprender una actualización política
acorde con las reformas económicas que se estaban llevando a cabo,
sino que llegó incluso a criticar el Documento Base de la Primera
Conferencia del Partido Comunista Cubano porque en su opinión
carecía de una visión de futuro, de un espíritu de proyección a
medio y largo plazo: “y parece más bien un intento de poner
parches a los problemas del día a día y no una respuesta al reclamo
de toda una sociedad que busca asideros para un mañana que se
percibe incierto” (Márquez, 2012, p.8)
También,
en febrero del 2013, en el marco de las reformas políticas
propiciadas por el gobierno de La Habana, Miguel Díaz Canel, de 52
años, se convirtió en el número dos del régimen cubano al ser
nombrado vicepresidente primero del Consejo de Estado en sustitución
de Machado Ventura, de 82, un histórico del Partido Comunista que
participó en la revolución junto a los hermanos Castro y Ernesto
“Che” Guevara, por lo tanto, perteneciente al sector más
ortodoxo del mismo e inicialmente, contrario a cualquier tipo de
reformas. Tras el nombramiento de Díaz Canel, Raúl Castro manifestó
que formaba parte de una estrategia encaminada a transferir, de forma
paulatina, los principales cargos del gobierno y del Estado a las
nuevas generaciones. Lo cual no deja de ser importante, teniendo en
cuenta además que según establece la Constitución cubana en su
artículo 94, en caso de muerte, enfermedad o ausencia del presidente
del Consejo de Estado debe sustituirle automáticamente el
vicepresidente primero. Miguel Díaz Canel, por lo tanto, se ha
situado en la cúspide de la línea sucesoria del presidente Raúl
Castro11.
En
cualquier caso, las reformas de mayor calado se han producido en el
ámbito económico y de apertura social. En marzo de 2008 el gobierno
suspendió la prohibición que impedía a los cubanos alojarse en
hoteles reservados a los turistas y se autorizó la compra de
ordenadores y móviles; tres años más tarde permitió la
compraventa de vehículos y viviendas y adoptó una nueva política
crediticia que posibilita la financiación bancaria en pesos cubanos
para la rehabilitación de edificios y la realización de trabajo
autónomo12.
En
el marco de la “actualización socialista” anunciada por Raúl
Castro, en el año 2010 la iniciativa privada se amplió a 178
actividades y desde entonces se permite a los particulares contratar
asalariados.13
Por otra parte, también se ha modificado la ley por la que se
entrega la tierra en régimen de usufructo a los ciudadanos
dispuestos a cultivarla, con el fin de paliar la escasez de alimentos
y de reducir las importaciones en este ámbito, ya que se ha
aumentado la extensión de las parcelas entregadas al tiempo que se
ha posibilitado la construcción de viviendas en las mismas.
Paralelamente, el gobierno ha aceptado la creación de cooperativas
no estatales que estaban limitadas al sector agropecuario,
ampliándolas a 47 actividades de trabajo privado.
Todas
estas medidas han sido bien acogidas por la Iglesia Católica que las
ha bendecido en sus habituales declaraciones institucionales teniendo
en cuenta que venía reivindicando desde hacía tiempo cambios
graduales en el sistema castrista. Como aspecto negativo de las
reformas hay que mencionar una reducción de las plantillas estatales
que implicará la expulsión de medio millón de funcionarios de sus
trabajos, en un período de cinco años. Según fuentes del
gobierno, en 2011 se eliminaron ya 140.000 empleos estatales y en
2012, 110.000. Sobre este hecho, los obispos cubanos han eludido
realizar críticas al régimen.
En
2013, ha entrado en vigor la reforma migratoria que además de
eliminar el permiso de salida para todos los cubanos incluidos los
pertenecientes a grupos opositores, ha ampliado también de 11 a 24
meses el tiempo que se puede permanecer en el exterior y ha hecho
posible la entrada temporal de emigrados, incluyendo a aquellos que
abandonaron ilegalmente la Isla. En virtud de esta ley el gobierno ha
permitido a representantes de la disidencia viajar al exterior, lo
que lógicamente y como cabía esperar lo han aprovechado para
promocionar sus propuestas y manifestar públicamente sus opiniones
sobre la evolución del régimen14.
Yoani Sánchez realizó una gira de tres meses que la llevó a
España, Méjico, República Checa, Brasil y Estados Unidos. Otros
disidentes que han salido al exterior han sido Berta Soler de las
Damas de Blanco, Eliecer Ávila y Orlando Pardo. Ante las críticas
pronunciadas fuera de Cuba, el gobierno cubano ha permanecido en
silencio, quizás para no fomentar la crispación interior entre
defensores y detractores de la disidencia política. La jerarquía
católica de la Isla tampoco se ha pronunciado al respecto. Sin
embargo, en un artículo aparecido en la revista de los laicos
católicos cubanos Espacio
Laical
si se ha cuestionado la actitud de los disidentes por sus críticas
en el exterior.
A
pesar de las posibilidades surgidas en virtud de la nueva ley
migratoria y aunque el gobierno ha aceptado llevar a cabo la
“actualización” del modelo económico y ciertos cambios
políticos, pretende mantener la cohesión ideológica a través del
omnipresente Partido Comunista. En esta línea prosigue el control de
los medios de comunicación y se dificulta el acceso a Internet
mediante “problemas técnicos” y la limitación de los contenidos
a los que tiene acceso la población. Por otra parte, aún persisten
las normas punitivas del Código Penal aplicables a los opositores.
Según el Informe de Amnistía Internacional sobre Cuba
correspondiente al 2012, durante ese año se llevaron a cabo una
media de 400 detenciones mensuales “de corta duración” aplicadas
sobre todo a manifestantes pacíficos de grupos opositores,
periodistas independientes y activistas de derechos humanos (Amnistía
Internacional, 2013). En Cuba, por lo tanto, persiste la vulneración
de tales derechos.
La
muerte en prisión del preso político Orlando Zapata en febrero de
2010, fue el hecho que propicio la labor mediadora de la Iglesia
Católica. El fallecimiento de Zapata tuvo un gran eco mediático en
todo el mundo, por ser el primer disidente que moría en prisión,
tras el fallecimiento, en 1972, del también opositor, Pedro Ruíz
Roitel. Las negociaciones entre la Iglesia y el Estado culminaron con
un acuerdo por el que los 52 detenidos durante la primavera
negra
que todavía se encontraban en prisión serían liberados. Pero el
proceso de excarcelación se prolongó nueve meses, período durante
el cual el gobierno siguió ejerciendo la represión contra los
disidentes e incluso encarcelando a alguno de ellos. Este hecho
provocó tensiones entre la Iglesia y el Estado, así como ciertas
discrepancias en la jerarquía católica de la Isla.
En
el mes de agosto del 2011, fueron fuertemente reprimidas las
manifestaciones de protesta de las Damas de Blanco, en La Habana y en
Santiago de Cuba. Tras los sucesos, dos representantes de la
organización disidente fueron recibidas por el secretario del
cardenal Ortega, Ramón Suárez y por el portavoz del arzobispado de
La Habana, Orlando Márquez. El 5 de septiembre la Archidiócesis
hizo pública una declaración manifestando que “la violencia de
cualquier tipo, aplicada a personas indefensas no tiene ninguna
justificación”. (Arquidiócesis de La Habana, 2011). El gobierno
respondió que desde ningún centro de decisión nacional se había
dado la orden de agredir a esas personas. El cardenal Jaime Ortega
que se encontraba de visita en Madrid para asistir a las Jornadas
Mundiales de la Juventud prefirió permanecer al margen de la
polémica y en el mes de octubre presentó al Papa su renuncia al
Arzobispado de La Habana al cumplir setenta y cinco años, tal y como
establece el derecho canónico. Benedicto XVI, sin embargo, lo
confirmó en su cargo al frente de la Archidiócesis. En este
contexto, la visita que el Papa Benedicto XVI realizó a Cuba en
marzo de 2012, contribuyó a consolidar el diálogo institucional
entre el gobierno de Raúl Castro y la Iglesia Católica cubana, y
reafirmó el papel de los obispos como interlocutores internos del
régimen.
Tanto
el Vaticano como la Iglesia local, quieren una transición pacífica
en la Isla y para facilitarla, un clima de reconciliación que solo
será posible manteniendo una actitud prudente ante las políticas
gubernamentales. La intención del Vaticano de no incomodar a las
autoridades cubanas se puso claramente de manifiesto cuando en su
viaje a Cuba el papa Benedicto XVI guardó un discreto silencio tras
el discurso de bienvenida pronunciado por el presidente Raúl Castro,
en el que ensalzaba los triunfos de la revolución para justificar la
pervivencia de su régimen. En cuanto a la Iglesia local,
la actitud del arzobispo de La Habana, el cardenal Jaime Ortega,
volvió a suscitar las críticas de los grupos opositores por una
entrevista publicada en el periódico del Vaticano, L’Osservatore
Romano, poco
antes de la visita papal, en la que Ortega negó la existencia de
presos políticos en Cuba (L’Oservatore Romano, 2012, p.4). Poco
después llamaba a la policía para desalojar a un grupo de
disidentes que había ocupado pacíficamente la Iglesia de Nuestra
Señora de La Caridad de La Habana, contradiciendo claramente el
papel tradicional de la Iglesia Católica como lugar de asilo para
perseguidos políticos, que sin estar recogido en ninguna norma
escrita si forma parte del derecho consuetudinario.
Con
el nombramiento del jesuita argentino Jorge María Bergoglio como
nuevo Papa en sustitución de Benedicto XVI, quizás se produzcan
cambios en la cúpula de la Iglesia Católica cubana. Aunque su
prioridad será propiciar en el interior de la Iglesia los cambios
necesarios que le permitan salir de la crisis que padece por los
escándalos de corrupción y pederastia, en el ámbito de su acción
exterior la Santa Sede se enfrenta al desafío de frenar la pérdida
de fieles en América Latina, tradicional bastión del catolicismo,
frente a la vertiginosa proliferación de iglesias protestantes y
evangélicas en países como Brasil o Cuba.
En
la actualidad hay unos 700 millones de protestantes repartidos por
todo el mundo, de los cuales 300 millones son pentecostales. Se
calcula que en América Latina unas 800 personas dejan cada día la
Iglesia Católica para unirse al pentecostalismo, que además de
construir templos está invirtiendo ingentes cantidades de recursos
en universidades y cadenas de televisión. Lo que caracteriza a este
credo es la relación directa del individuo con Dios al margen de las
“interferencias” del clero, de forma que cada persona
individualmente considerada constituye en sí misma una Iglesia
autónoma. El país en el que se concentra un mayor número de fieles
es en Brasil con 15 millones (Chaupadre, 2013, p.20).
La
aparición de este fenómeno, sin embargo, no es reciente. En la
década de los años ochenta del siglo XX, tras el auge de la
Teología de la Liberación en América Latina y el triunfo de la
Revolución Sandinista en Nicaragua, el presidente de los Estados
Unidos, Ronald Reagan, llegó a considerar al catolicismo como aliado
del comunismo y, desde entonces, distintas administraciones
estadounidenses se esforzaron por favorecer una nueva evangelización
basada en Iglesias protestantes y evangelistas. Según manifiesta
Jean Jacques Kourliandsky, si hace 40 años, “el 95 por ciento de
latinoamericanos eran católicos, hoy el porcentaje ha bajado al 72
por ciento” (2013, p.60).
En
este sentido la elección de un papa jesuita quizás responda, entre
otros factores, a la estrategia de la Santa Sede de aplicar la
Doctrina Social de la Iglesia Católica adaptándola a las realidades
de cada región, para hacer frente a la pérdida de fieles en varios
lugares del mundo, pero especialmente en América Latina. Recordemos
que la Teología de la Liberación, que se nutrió básicamente de
sacerdotes jesuitas, tuvo un gran arraigo en varios países
latinoamericanos. Para algunos analistas de la realidad cubana, este
hecho podría suponer un punto de encuentro entre el papa Francisco y
el régimen castrista15.
En
Cuba, sin embargo, no parece haber calado mucho el tema del nuevo
papa. Sorprende el silencio de los medios oficiales sobre su
elección. Ninguna alusión en Granma, ni tampoco ninguna
“reflexión” de Fidel Castro al respecto en el diario oficial del
régimen. Tan solo en Cubadebate, la página web oficial cuyo
objetivo es combatir el “terrorismo mediático”, es decir
neutralizar a la ciberdisidencia,
se informa, sin entrar en análisis políticos o ideológicos del
encuentro del Papa Francisco con las Abuelas de la Plaza de Mayo; con
Angela Merkel y del hecho de que haya decidido desbloquear la
beatificación de Monseñor Oscar Arnulfo Romero conocido como el
“cura comunista”, abierta en 1997 y posteriormente interrumpida16.
En
cuanto a la prensa religiosa, Vitral
y Palabra
Nueva
destacaron las palabras pronunciadas por el cardenal Jorge María
Bergoglio en la congregación de cardenales previa al cónclave que
habría de elegir nuevo papa y que posteriormente entregó por
escrito a Ortega a petición de éste. Espacio
Laical
destaca que la líder de las Damas de Blanco, fue recibida por el
papa Francisco, tras haber sido invitada previamente por Benedicto
XVI, y aprovecha la noticia para criticar a los disidentes que
viajan por el mundo para solicitar que se mantengan las sanciones
contra Cuba.
El
tema de la elección del papa quizás haya pasado más desapercibido
en Cuba que en otros países del mundo, por la cohabitación de
numerosos credos en la Isla. La pregunta que surge en este contexto
es la siguiente: ¿desea la Iglesia Católica un papel central en la
sociedad cubana o simplemente recuperar su espacio en un escenario
plural en el ámbito religioso?
Si
las palabras pronunciadas por Juan Pablo II durante la misa celebrada
la plaza de la Revolución de La Habana el 25 de enero de 1998
conservan su vigencia durante el pontificado de Jorge María
Bergoglio, la respuesta estaría más relacionada con la segunda
cuestión:
El
Estado, lejos de todo fanatismo o secularismo extremo, debe promover
un sereno clima social y una legislación adecuada que permita a
cada persona y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe,
expresarla en los ámbitos de la vida pública y contar con los
medios y espacios suficientes para aportar a la vida nacional sus
riquezas espirituales, morales y cívicas (Juan Pablo II, 1998).
CONCLUSIONES
Como
consecuencia de la crisis económica que padeció Cuba en la década
de los noventa tras el colapso del bloque soviético, los ciudadanos
cubanos se vieron obligados a dar prioridad a la obtención de los
recursos necesarios para su subsistencia y las cuestiones políticas
pasaron a un segundo plano, a pesar de la aparición de numerosos
movimientos sociales. En este escenario, la Iglesia Católica emergió
como un importante actor a tener en cuenta, ya que al poseer una
estructura organizativa muy sólida pudo aportar a la población no
solo la asistencia pastoral propia de su ministerio, sino también
apoyo material y formativo.
Las
medidas económicas adoptadas por el gobierno cubano en los últimos
años, en el marco de una reforma gradual del sistema castrista,
están provocando una profunda transformación de las estructuras de
poder existentes y contribuyendo a la emergencia de una nueva
sociedad civil con mayores espacios de actuación, aunque todo ello,
lógicamente, dentro de los límites de un régimen autoritario. Las
preguntas clave que surgen en este contexto y que se plantean con
frecuencia en círculos académicos, tanto dentro como fuera de Cuba
son las siguientes: ¿qué lugar debe ocupar en el sistema cubano la
nueva sociedad civil que comienza a emerger con la aplicación de las
reformas en curso y que se caracteriza por una mayor heterogeneidad
de los actores que la componen? Y, por otra parte, ¿qué papel tiene
que desempeñar la Iglesia Católica en la construcción de un futuro
nacional aún incierto cuyas coordenadas no están todavía
definidas, partiendo de su estatus de interlocutora interna del
régimen otorgado por el gobierno de Raúl Castro?
En
cuanto a la incipiente sociedad civil cubana, aunque debilitada por
los más de 50 años de régimen revolucionario es
una
sociedad ilustrada y convenientemente formada para participar en un
futuro en el que se pueda tener en cuenta su aportación. No
olvidemos que uno de los mayores triunfos de la revolución ha sido
la educación universal y gratuita para todos los cubanos, de modo
que éstos poseen un alto nivel de instrucción. Por otra parte, el
adoctrinamiento ideológico característico del sistema se está
erosionando con el acceso a Internet y con la afluencia masiva de
turistas, que al visitar la Isla cada año constituyen un importante
nexo de unión con el mundo exterior. Con la reforma migratoria del
2013 y la eliminación del permiso de salida, los ciudadanos cubanos
poseen además mayores posibilidades de romper su aislamiento físico
e informativo.
En
este escenario, la Iglesia Católica se enfrenta a cuatro problemas
fundamentales: las discrepancias en el seno de su jerarquía en
cuanto a las respuestas a determinadas actuaciones del gobierno,
especialmente a aquellas relacionadas directamente con la represión;
el desequilibrio en sus relaciones con el Estado y la sociedad,
cuando en situaciones de enfrentamiento la balanza se inclina a favor
de una de las partes en detrimento de la otra. La
imposibilidad de llevar a cabo una labor mediadora entre el gobierno
y la oposición, porque el primero no reconoce a la segunda y la
proliferación de las iglesias protestantes y evangélicas son más
acordes con la idiosincrasia del pueblo cubano, estos factores pueden
restar protagonismo a la Iglesia Católica en la configuración de un
futuro para el país, todavía incierto, pero que según los
principios de su Doctrina Social de la Iglesia Católica debe basarse
en la reconciliación entre cubanos.
Finalmente,
como viene ocurriendo con otros actores internacionales en sus
relaciones con el gobierno castrista al diseñar posibles estrategias
para el momento en el que se inicie el proceso de transición hacia
la democracia, la jerarquía católica de la Isla, no está teniendo
en cuenta la posibilidad de que se produzca una ruptura promovida por
la disidencia. Aunque al día de hoy no parece factible, si esto
ocurriera, el catolicismo isleño e implícitamente, el Vaticano,
habrían perdido la oportunidad histórica de convertirse en actores
claves durante la transición a la democracia en Cuba.
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1
Cuando se
escribe este texto todavía no están claras las líneas del nuevo
papa en sus relaciones con Cuba, aunque al recibir en audiencia a
las Damas de Blanco en el Vaticano (la cita había sido concertada
con anterioridad por Benedicto XVI) según manifestó la dirigente
de este grupo de la disidencia, Berta Soler, el papa Francisco la
animó a seguir en su lucha.
2
El
doctor Gómez Treto, en una de las monografías más detalladas
sobre las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado cubano
desde el triunfo de la revolución hasta 1985, tituladaa Iglesia
Católica durante la construcción del comunismo en Cuba”,
establece varias fases en el desarrollo de las relaciones entre
ambas instituciones: fase de desconcierto (1959-1960); de
confrontación (1961-1962); de evasión (1963-1967); de reencuentro
(1969-1978) y de diálogo (1979-1985). Posteriormente, el
historiador Enrique López Oliva, partiendo del análisis de Treto
añade las fases de adaptación (1986-1992); de reacomodo
(1993-1997) marcada por el fin del ateísmo oficial y de segundo
reencuentro (1998-2008).
3
En
1957, dos años del antes triunfo revolucionario, Fidel Castro hizo
público su primer manifiesto político en Sierra Maestra. Los dos
principales objetivos propugnados en su ideario: recuperar el
control de la economía cubana (sometida a una excesiva relación de
dependencia respecto a los Estados Unidos) y devolver al pueblo las
libertades perdidas durante la dictadura de Fulgencio Batista. Eran,
por lo tanto, anhelos, con los que podían identificarse gran parte
de los cubanos.
4
Conviene recordar a este
respecto uno de los párrafos de la Internacional Comunista: “No
más salvadores supremos: ni césar, ni burgués, ni Dios, que
nosotros mismos haremos nuestra propia redención”.
5
Más tarde, ya en la
década de los ochenta, también se produjo un duro enfrentamiento
entre líderes revolucionarios y la jerarquía de la Iglesia
Católica nicaragüense. El papa
Juan Pablo II se sumó a la disputa pidiendo a varios líderes
revolucionarios que ocupaban cargos gubernamentales, como los
sacerdotes Ernesto y Fernando Cardenal, que dimitieran de sus cargos
públicos o renunciaran a su ordenación en la Iglesia Católica.
6
La modificaciones
constitucionales de 1992 pueden consultarse en Cubaminrex, sitio web
del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, en el apartado “La
religión en Cuba”, disponible en www.cubaminrex.cu
7
A este
respecto Patrick Michel estable cuatro variables en las relaciones
que pueden desarrollarse entre la Iglesia y el Estado en cualquier
país del mundo: la religión contra la nación; la nación contra
la religión; la religión al servicio de la nación y la nación al
servicio de la religión. Según el autor la Iglesia cubana ha
experimentado históricamente las dos primeras variables y en la
actualidad se sitúa en la tercera.
8
Desde
diciembre del 2012 el cooperativismo no estatal no solo se aplica al
sector agropecuario, sino también a medio centenar de actividades
económicas de trabajo privado.
9
La Ley Torricelli
prohibía comerciar con Cuba a las filiales de multinacionales
estadounidenses en el extranjero; establecía una moratoria de seis
meses para atracar en puertos estadounidenses, a barcos mercantes
que hubieran embarcado o desembarcado mercancías en puertos cubanos
y decretaba la reducción o la retirada de ayuda financiera
preferencial, a países que comerciaran con Cuba.
10
El
cardenal Jaime Ortega sigue al frente de la Archidiócesis de La
Habana, aunque cumplió 75 años en 2011.
11
Miguel
Díaz Canel fue elegido miembro del Comité Central del Partido
Comunista cubano en 1991 y el año 2003 pasó a formar parte de su
Buró Político. En el período comprendido entre 2009 y 2012
ejerció como ministro de Educación Superior.
12
Estas
medidas tan solo han beneficiado a los más privilegiados, ya que la
mayoría de los cubanos debido al bajo nivel de sus salarios se han
limitado a observar en la distancia el disfrute, por parte de una
escasa minoría, de lo que consideran un lujo inaccesible.
13
En el
año 1994 se adoptó en Cuba la denominada “Ley de Trabajo
Individual” que permitía cierta iniciativa privada previa
autorización oficial. Según datos oficiales, a finales del 2012
realizan un empleo autónomo alrededor de 400.000 cubanos y un 80
por ciento de ellos están ya sindicalizados.
14
Sobre
las reformas llevadas a cabo hasta el momento por el gobierno de
Raúl Castro puede consultarse SWEIG Julia y Bustamante, Mikael
(2013), “Cuba After Communism. The
Economic Reforms That Are Transforming the Island”, Foreign
Affairs,
July/August 2013,pp. 101-115.
15
Cuando
el cardenal Ratzinger presidía la Congregación para la Doctrina de
la Fe contraria a la Teología de la Liberación el gobierno cubana
la apoyaba tras el triunfo de la revolución sandinista en
Nicaragua, sin embargo ello no impidió que las relaciones de los
hermanos Castro con Benedicto XVI fueran cordiales.
16
Monseñor
Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980 cuando oficiaba una misa
en un hospital de enfermos de cáncer. Se culpa de su muerte al
“escuadrón de la muerte” que dirigía Roberto D’Abuisson,
fundador del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), que
gobernó El Salvador de 1989 a 2009.
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