autor: Joaquín Badajoz
El principio
fundamental de la Gestalt parte de la teoría de que el ojo humano —llamémoslo
ahora el ojo político — advierte primero un fenómeno antes de reparar en sus
partes. Dicho en otras palabras, ‘define’ un hecho y lo ‘nombra’ antes de
analizarlo — esa es la premisa de los estereotipos, las campañas mediáticas y
el pensamiento superficial; bajo esa primera mirada es difícil captar la
diferencia entre un símbolo y su simulacro—. Posteriormente, con cierto
retardo, podrá desmontar esa percepción subjetiva y adentrarse en la esencia
objetiva, la que está “relacionada a un significado y una representación que
revelan su lugar dentro de la ‘Realidad integral’ “ — según define Baudrillard
—. Condicionados por esa ambivalencia intentaremos un viaje sincrónico
avanzando por el terreno de la ficción política, especulando dentro de un rango
realista —no exento de empirismo— en torno a la naturaleza del fenómeno, sus
escenarios políticos y sus posibles significados.
En el caso
concreto de la política cubana actual, un fenómeno digno de análisis sería la
extensa gira mundial, amparados en las recientes reformas migratorias cubanas,
de un novísimo liderazgo opositor encabezado por Yoani Sánchez: un suceso
inédito, por no decir insólito, en la historia política de la nación caribeña
durante los últimos 54 años, debido a la masividad y la cobertura mediática.
Eso sería en primera instancia lo que observa el ojo gestáltico.
Pasando
posteriormente a los detalles, salta a la vista que mientras algunos de ellos
parecen “atrapados por sorpresa en sus nuevos roles” — como me hacía notar una
colega— , dos figuras se destacan: la multipremiada periodista ciudadana y
activista de derechos humanos Yoani Sánchez, fundadora del blog Generación Y, y
Rosa María Payá —hija del desaparecido dirigente del Movimiento Cristiano
Liberación (MCL), Oswaldo Payá Sardiñas, fallecido el pasado año en un
controvertido accidente automovilístico, que de no haber sido provocado tendríamos que
aceptar resultó muy conveniente al régimen de La Habana, ya que la capacidad de convocatoria
popular demostrada por Payá Sardiñas, en medio del hostigamiento, habría
resultado extremadamente peligrosa en un “simulacro de apertura”—. Ambas opositoras muestran mayor capacidad
de liderazgo que el resto y más coherencia en sus discursos; aunque Rosa María
Payá — sin la celebridad que acompaña a Yoani Sánchez — es heredera de una plataforma de cambio
político bien articulada, la del MCL, algo de lo cual Sánchez carece — más
enfocada, al parecer, según declaró en Miami, en la creación del primer
periódico independiente y el fomento de la sociedad civil cubana—. Todos
representan, sin embargo, un atractivo liderazgo generacional, más fresco e
independiente, que al parecer persigue la transición hacia una auténtica
democracia política y una sociedad de derecho y bienestar.
Como sería
estéril intentar en este análisis una radiografía personal de este liderazgo,
formado coyuntural y recientemente al margen del movimiento opositor histórico
— esa vieja guardia que representaban el mismo Payá Sardiñas, Martha Beatriz
Roque Cabello, Vladimiro Roca, Oscar Elías Biscet, Coco Fariñas, Jorge Luis
García Pérez (Antúnez), entre muchísimos otros encarcelados o no durante la
‘Primavera Negra’ de 2003 — basta para nuestro objetivo un resumen preliminar
de su impacto: nunca antes, a mi juicio, el exilio cubano se había identificado
de manera tan plena con sus opositores en la isla, al margen de la fragilidad
de algunos discursos, quizás precisamente porque su falta de alineamiento
político está en sintonía con otra importante tendencia global: la apatía hacia
la gestión y el liderazgo de los partidos, que se traduce en inoperancia de la
democracia representativa y los brotes de inconformidad y rebeldía
individualista del “movimiento” de indignados. Esta afirmación supone una
interrogante: ¿tienen el mismo efecto en la población nacional? Me atrevería a
considerar que no, aunque tampoco es improbable que la repercusión mediática de
esta gira mundial los devuelva de rebote a una nación ávida de transformaciones
en el terreno económico, y por
ende en las estructuras de gobierno, con prestigio suficiente para jugar un
papel más protagónico.
Pasada la euforia
es preciso aterrizar este fenómeno en contexto: esos escenarios políticos
posibles de que hablaba. En primer lugar: ¿está tan debilitado ideológicamente
o acorralado internamente el régimen cubano como para permitir una exposición
mediática internacional de gran calaje para un liderazgo opositor tan atractivo
como este? ¿Cuál es el costo político de una “ilusión de apertura” como la que
nos ha bombardeado en las últimas semanas? ¿Responde este fenómeno a una
estrategia mayor orquestada o al menos diseñada desde La Habana?
Cada una de estas
interrogantes tiene varias respuestas. Para llegar a ellas habría que mirar
hacia otra parte. Y hacia donde mejor que hacia Estados Unidos, el país meta
del bombardeo mediático. Lo cierto es que en pocos días se deberán tomar
decisiones sobre varios de los capítulos que históricamente han afectado al
gobierno cubano. Mientras eso sucede, el régimen de La Habana ha estado
laboriosamente construyéndose una “nueva imagen”. En febrero de 2013 una
importante delegación de congresistas estadounidenses visitó Cuba reuniéndose
con el gobernante Raúl Castro y otros funcionarios, así como con los opositores
Antonio Rodiles y Miriam Leyva —también de la nueva generación de oposición—. A
los pocos días, el 7 de marzo del 2013, políticos y académicos solicitaron a la
administración Obama como “gesto de buena fe” que Cuba sea eliminada de la
lista de países que patrocinan el terrorismo, en la que permanece junto a
naciones como Irán, Sudán y Siria desde 1982. “No hay evidencia de que Cuba
esté patrocinando a grupos terroristas y no tiene sentido que permanezca en esa
lista”, argumentó el legislador demócrata por Massachusetts Jim McGovern, uno
de los miembros de esa comisión que visitó La Habana, durante un foro
organizado por la Oficina de Washington para América Latina (WOLA, por sus
siglas en inglés). Eliminar “esta reliquia de la Guerra Fría”, como la llamó
McGovern, sería un necesario primer paso para poner punto final a la también
“obsoleta e ineficaz”, según su propia retórica, figura del embargo —un tema
sobre el que también se ha hecho eco Yoani Sánchez en sus reuniones con la
prensa, académicos y políticos estadounidenses durante su viaje—. Todo lo cual
permitiría la normalización gradual de las relaciones cubano-estadounidenses y
—el verdadero objetivo que se esconde tras la eliminación de estas políticas—
la inversión (directa o a través del otorgamiento de créditos) de capital
estadounidense en la isla. Habría que aceptar que el gobierno de Raúl Castro ha
trabajado meticulosamente en este terreno, mediando en las conversaciones entre
la guerrilla colombiana FARC y el gobierno, exhibiendo una muestra de su
sistema penitenciario a observadores internacionales (otro tema a debate en la
Organización de Derechos Humanos próximamente es la violación de derechos
humanos y libertades fundamentales como política de Estado), liberando
estratégicamente a sus opositores encarcelados y colaborando en otros temas, como la reciente deportación de un
fugitivo estadounidense que buscó refugio en Cuba, que pretende demostrar que
Cuba no es un paraíso de delincuentes y terroristas internacionales.
Habría que
precisar que el contexto es favorable —como nunca antes— a un cambio de las
relaciones estadounidenses con la isla: el exilio ha variado su composición
moviendo hacia el centro su balance de fuerzas, con lo que ha perdido
intensidad el lobby anticastrista histórico; EEUU se enfrenta a dos grandes
crisis en el Medio Oriente y Asia Oriental, que obligan a comparar esas
potenciales amenazas nucleares y violaciones de derechos humanos con el caso
Cuba; Barack Obama recién inicia su segundo y último mandato; existe un pujante
lobby bipartidista que aboga por la normalización de las relaciones comerciales
entre ambos países; y por último, para una administración estadounidense que ha
soslayado su relación con América Latina, la posibilidad de una alianza
estratégica con Cuba, que continúa teniendo una importante influencia en el
área, pudiera ser esencial para un acercamiento y un cambio de actitud hacia
los Estados Unidos de los gobiernos de izquierda del continente —no en balde
Wayne Smith, ex jefe de la sección de Intereses en Cuba, afirmó en este mismo
foro de WOLA, que “Estados Unidos es quien se aisla de la comunidad
internacional con sus medidas contra la isla”—. De forma tal que no sería
extraño, tras analizar el contexto, que sea precisamente Obama, un mandatario
demócrata y Nobel de la Paz, el primer presidente estadounidense en funciones
que visite en un futuro no lejano a su vecino caribeño.
Por otro lado,
mientras en Estados Unidos se debate el futuro de las relaciones con Cuba y la
gira de los opositores noveles deslumbra a exiliados y medios de comunicación,
en La Habana suceden otras cosas no menos significativas. La que mayor
cobertura ha recibido es quizás la visita de las megaestrellas Beyoncé Knowles
y Jay-Z —muy cercanos a la administración Obama— que celebraron sus bodas de
Madera en la isla, y que recibieron un permiso especial del Departamento del
Tesoro bajo el capítulo de contacto pueblo-a-pueblo,
en un viaje organizado por el tour operador Academic Arrangements Abroad, una
organización que mantiene una relación de más de tres décadas con las
instituciones cubanas. El capítulo de contacto pueblo-a-pueblo es un termómetro usado por el gobierno
estadounidense, sobre todo en el caso de celebridades y académicos, para medir
el nivel de simpatía y recepción de la población en una nación tradicionalmente
hostil a los Estados Unidos. No hace falta precisar que en el caso de Beyoncé y
Jay-Z, el recibimiento multitudinario y la hospitalidad mostrada por el pueblo
cubano y sus instituciones descartan cualquier tipo de hostilidad hacia
ciudadanos estadounidenses que visiten la isla —un espectáculo que era
innecesario demostrar, aunque sí conveniente “exhibir en vitrina” a la opinión
pública angloamericana, en medio de discusiones tan neurálgicas, con las
escaramuzas de escándalo que arrastran celebridades como Beyoncé y Jay-Z y las
previsibles reacciones que pueden generar en el exilio—.
Ante estos escenarios,
es razonable concluir que la amplificación mediática de la gira opositora —la
mayoría de los cuales no tienen aún una clara incidencia en el futuro político
en la isla—, ayuda también a “lavarle la cara” al régimen cubano a muy bajo costo
político. Vale precisar que eso no implica que sean piezas conscientes dentro
de un elaborado ajedrez propagandístico que pretende crear la ilusión de una
democratización progresiva de la sociedad cubana, ni que sean “tontos útiles” —
una de las principales herramientas de la estrategia de ablandamiento de
terreno ideológico que el gobierno insular ha sabido manejar a conveniencia
desde hace más de medio siglo—, ya que contrario a lo que se espera de un
“tonto útil”, en sus declaraciones advertimos una acusación casi homogénea al
despotismo del régimen y el deseo de la transición en Cuba, sino que ese mismo
ímpetu, la libertad retórica, la valentía para acusar a la dictadura, y aún más
su propósito manifiesto de regresar al país —más allá de las represalias—, todo
el costo político que, en fin, esto implica, puede
perfectamente haber sido calculado y estar siendo aprovechado pragmáticamente,
como en una suerte de jujitsu político, por el gobierno castrista como muestra
irrefutable de las ‘reformas raulistas’. Ni siquiera China, con quien Estados
Unidos mantiene una estrecha relación comercial, incluso como nación
favorecida, permite esa exposición mediática masiva de sus disidentes por el
mundo, lo que prácticamente invalida cualquier intento de evitar que se
eliminen las viejas medidas que se debaten actualmente.
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