sábado, 13 de abril de 2013

Disidentes cubanos por el mundo: entre Gestalt y Realidad (Algo se cocina en La Habana)

autor: Joaquín Badajoz


El principio fundamental de la Gestalt parte de la teoría de que el ojo humano —llamémoslo ahora el ojo político — advierte primero un fenómeno antes de reparar en sus partes. Dicho en otras palabras, ‘define’ un hecho y lo ‘nombra’ antes de analizarlo — esa es la premisa de los estereotipos, las campañas mediáticas y el pensamiento superficial; bajo esa primera mirada es difícil captar la diferencia entre un símbolo y su simulacro—. Posteriormente, con cierto retardo, podrá desmontar esa percepción subjetiva y adentrarse en la esencia objetiva, la que está “relacionada a un significado y una representación que revelan su lugar dentro de la ‘Realidad integral’ “ — según define Baudrillard —. Condicionados por esa ambivalencia intentaremos un viaje sincrónico avanzando por el terreno de la ficción política, especulando dentro de un rango realista —no exento de empirismo— en torno a la naturaleza del fenómeno, sus escenarios políticos y sus posibles significados.
En el caso concreto de la política cubana actual, un fenómeno digno de análisis sería la extensa gira mundial, amparados en las recientes reformas migratorias cubanas, de un novísimo liderazgo opositor encabezado por Yoani Sánchez: un suceso inédito, por no decir insólito, en la historia política de la nación caribeña durante los últimos 54 años, debido a la masividad y la cobertura mediática. Eso sería en primera instancia lo que observa el ojo gestáltico.
Pasando posteriormente a los detalles, salta a la vista que mientras algunos de ellos parecen “atrapados por sorpresa en sus nuevos roles” — como me hacía notar una colega— , dos figuras se destacan: la multipremiada periodista ciudadana y activista de derechos humanos Yoani Sánchez, fundadora del blog Generación Y, y Rosa María Payá —hija del desaparecido dirigente del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), Oswaldo Payá Sardiñas, fallecido el pasado año en un controvertido accidente automovilístico, que de no haber sido provocado tendríamos que aceptar resultó muy conveniente al régimen de La Habana, ya que la capacidad de convocatoria popular demostrada por Payá Sardiñas, en medio del hostigamiento, habría resultado extremadamente peligrosa en un “simulacro de apertura”—. Ambas opositoras muestran mayor capacidad de liderazgo que el resto y más coherencia en sus discursos; aunque Rosa María Payá — sin la celebridad que acompaña a Yoani Sánchez —  es heredera de una plataforma de cambio político bien articulada, la del MCL, algo de lo cual Sánchez carece — más enfocada, al parecer, según declaró en Miami, en la creación del primer periódico independiente y el fomento de la sociedad civil cubana—. Todos representan, sin embargo, un atractivo liderazgo generacional, más fresco e independiente, que al parecer persigue la transición hacia una auténtica democracia política y una sociedad de derecho y bienestar.
Como sería estéril intentar en este análisis una radiografía personal de este liderazgo, formado coyuntural y recientemente al margen del movimiento opositor histórico — esa vieja guardia que representaban el mismo Payá Sardiñas, Martha Beatriz Roque Cabello, Vladimiro Roca, Oscar Elías Biscet, Coco Fariñas, Jorge Luis García Pérez (Antúnez), entre muchísimos otros encarcelados o no durante la ‘Primavera Negra’ de 2003 — basta para nuestro objetivo un resumen preliminar de su impacto: nunca antes, a mi juicio, el exilio cubano se había identificado de manera tan plena con sus opositores en la isla, al margen de la fragilidad de algunos discursos, quizás precisamente porque su falta de alineamiento político está en sintonía con otra importante tendencia global: la apatía hacia la gestión y el liderazgo de los partidos, que se traduce en inoperancia de la democracia representativa y los brotes de inconformidad y rebeldía individualista del “movimiento” de indignados. Esta afirmación supone una interrogante: ¿tienen el mismo efecto en la población nacional? Me atrevería a considerar que no, aunque tampoco es improbable que la repercusión mediática de esta gira mundial los devuelva de rebote a una nación ávida de transformaciones en el terreno económico, y por ende en las estructuras de gobierno, con prestigio suficiente para jugar un papel más protagónico.
Pasada la euforia es preciso aterrizar este fenómeno en contexto: esos escenarios políticos posibles de que hablaba. En primer lugar: ¿está tan debilitado ideológicamente o acorralado internamente el régimen cubano como para permitir una exposición mediática internacional de gran calaje para un liderazgo opositor tan atractivo como este? ¿Cuál es el costo político de una “ilusión de apertura” como la que nos ha bombardeado en las últimas semanas? ¿Responde este fenómeno a una estrategia mayor orquestada o al menos diseñada desde La Habana?
Cada una de estas interrogantes tiene varias respuestas. Para llegar a ellas habría que mirar hacia otra parte. Y hacia donde mejor que hacia Estados Unidos, el país meta del bombardeo mediático. Lo cierto es que en pocos días se deberán tomar decisiones sobre varios de los capítulos que históricamente han afectado al gobierno cubano. Mientras eso sucede, el régimen de La Habana ha estado laboriosamente construyéndose una “nueva imagen”. En febrero de 2013 una importante delegación de congresistas estadounidenses visitó Cuba reuniéndose con el gobernante Raúl Castro y otros funcionarios, así como con los opositores Antonio Rodiles y Miriam Leyva —también de la nueva generación de oposición—. A los pocos días, el 7 de marzo del 2013, políticos y académicos solicitaron a la administración Obama como “gesto de buena fe” que Cuba sea eliminada de la lista de países que patrocinan el terrorismo, en la que permanece junto a naciones como Irán, Sudán y Siria desde 1982. “No hay evidencia de que Cuba esté patrocinando a grupos terroristas y no tiene sentido que permanezca en esa lista”, argumentó el legislador demócrata por Massachusetts Jim McGovern, uno de los miembros de esa comisión que visitó La Habana, durante un foro organizado por la Oficina de Washington para América Latina (WOLA, por sus siglas en inglés). Eliminar “esta reliquia de la Guerra Fría”, como la llamó McGovern, sería un necesario primer paso para poner punto final a la también “obsoleta e ineficaz”, según su propia retórica, figura del embargo —un tema sobre el que también se ha hecho eco Yoani Sánchez en sus reuniones con la prensa, académicos y políticos estadounidenses durante su viaje—. Todo lo cual permitiría la normalización gradual de las relaciones cubano-estadounidenses y —el verdadero objetivo que se esconde tras la eliminación de estas políticas— la inversión (directa o a través del otorgamiento de créditos) de capital estadounidense en la isla. Habría que aceptar que el gobierno de Raúl Castro ha trabajado meticulosamente en este terreno, mediando en las conversaciones entre la guerrilla colombiana FARC y el gobierno, exhibiendo una muestra de su sistema penitenciario a observadores internacionales (otro tema a debate en la Organización de Derechos Humanos próximamente es la violación de derechos humanos y libertades fundamentales como política de Estado), liberando estratégicamente a sus opositores encarcelados y colaborando en otros temas, como la reciente deportación de un fugitivo estadounidense que buscó refugio en Cuba, que pretende demostrar que Cuba no es un paraíso de delincuentes y terroristas internacionales.
Habría que precisar que el contexto es favorable —como nunca antes— a un cambio de las relaciones estadounidenses con la isla: el exilio ha variado su composición moviendo hacia el centro su balance de fuerzas, con lo que ha perdido intensidad el lobby anticastrista histórico; EEUU se enfrenta a dos grandes crisis en el Medio Oriente y Asia Oriental, que obligan a comparar esas potenciales amenazas nucleares y violaciones de derechos humanos con el caso Cuba; Barack Obama recién inicia su segundo y último mandato; existe un pujante lobby bipartidista que aboga por la normalización de las relaciones comerciales entre ambos países; y por último, para una administración estadounidense que ha soslayado su relación con América Latina, la posibilidad de una alianza estratégica con Cuba, que continúa teniendo una importante influencia en el área, pudiera ser esencial para un acercamiento y un cambio de actitud hacia los Estados Unidos de los gobiernos de izquierda del continente —no en balde Wayne Smith, ex jefe de la sección de Intereses en Cuba, afirmó en este mismo foro de WOLA, que “Estados Unidos es quien se aisla de la comunidad internacional con sus medidas contra la isla”—. De forma tal que no sería extraño, tras analizar el contexto, que sea precisamente Obama, un mandatario demócrata y Nobel de la Paz, el primer presidente estadounidense en funciones que visite en un futuro no lejano a su vecino caribeño.
Por otro lado, mientras en Estados Unidos se debate el futuro de las relaciones con Cuba y la gira de los opositores noveles deslumbra a exiliados y medios de comunicación, en La Habana suceden otras cosas no menos significativas. La que mayor cobertura ha recibido es quizás la visita de las megaestrellas Beyoncé Knowles y Jay-Z —muy cercanos a la administración Obama— que celebraron sus bodas de Madera en la isla, y que recibieron un permiso especial del Departamento del Tesoro bajo el capítulo de contacto pueblo-a-pueblo, en un viaje organizado por el tour operador Academic Arrangements Abroad, una organización que mantiene una relación de más de tres décadas con las instituciones cubanas. El capítulo de contacto pueblo-a-pueblo es un termómetro usado por el gobierno estadounidense, sobre todo en el caso de celebridades y académicos, para medir el nivel de simpatía y recepción de la población en una nación tradicionalmente hostil a los Estados Unidos. No hace falta precisar que en el caso de Beyoncé y Jay-Z, el recibimiento multitudinario y la hospitalidad mostrada por el pueblo cubano y sus instituciones descartan cualquier tipo de hostilidad hacia ciudadanos estadounidenses que visiten la isla —un espectáculo que era innecesario demostrar, aunque sí conveniente “exhibir en vitrina” a la opinión pública angloamericana, en medio de discusiones tan neurálgicas, con las escaramuzas de escándalo que arrastran celebridades como Beyoncé y Jay-Z y las previsibles reacciones que pueden generar en el exilio—.
Ante estos escenarios, es razonable concluir que la amplificación mediática de la gira opositora —la mayoría de los cuales no tienen aún una clara incidencia en el futuro político en la isla—, ayuda también a “lavarle la cara” al régimen cubano a muy bajo costo político. Vale precisar que eso no implica que sean piezas conscientes dentro de un elaborado ajedrez propagandístico que pretende crear la ilusión de una democratización progresiva de la sociedad cubana, ni que sean “tontos útiles” — una de las principales herramientas de la estrategia de ablandamiento de terreno ideológico que el gobierno insular ha sabido manejar a conveniencia desde hace más de medio siglo—, ya que contrario a lo que se espera de un “tonto útil”, en sus declaraciones advertimos una acusación casi homogénea al despotismo del régimen y el deseo de la transición en Cuba, sino que ese mismo ímpetu, la libertad retórica, la valentía para acusar a la dictadura, y aún más su propósito manifiesto de regresar al país —más allá de las represalias—, todo el costo político que, en fin, esto implica, puede perfectamente haber sido calculado y estar siendo aprovechado pragmáticamente, como en una suerte de jujitsu político, por el gobierno castrista como muestra irrefutable de las ‘reformas raulistas’. Ni siquiera China, con quien Estados Unidos mantiene una estrecha relación comercial, incluso como nación favorecida, permite esa exposición mediática masiva de sus disidentes por el mundo, lo que prácticamente invalida cualquier intento de evitar que se eliminen las viejas medidas que se debaten actualmente.

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